La obra de Melchor evoluciona, producto de una constante investigación y el trabajo permanente; busca otras posibilidades, estudia detalles, cambia paradigmas, aborda la descomposición de las formas, la riqueza de las texturas, motivado por la fuerza expresiva de una nueva estética plástica, un estilo geométrico basado en el descubrimiento del equilibrio dinámico puro, mediante la exploración de líneas y planos concebidos como elementos plásticos independientes, sin ninguna referencia al objeto o tema como Kandinsky o Mondrian partiendo de una “necesidad interior” para llegar a lo espiritual.
En la serie del Bambú, Melchor se adentra a sus colores, a sus texturas, a sus profundidades y espacios, continuos y en constante movimiento, para descubrir incluso lo sonoro, lo musical y de alguna manera incorporarlo a sus bambúes. Descubrió la veta y el conocimiento de un icono de su arte, pero también de una imagen del trópico o de cualquier lugar del mundo, como la lejana China, o dentro de las culturas prehispánicas nuestras, incluso en lugares como Choroní, el Valle del Turbio y los Andes.
La serie Galiformes surge partiendo de ese primer elemento, el ave de majestuosos colores, que deslumbra ante la riqueza cromática de su plumaje, germina la necesidad de crear un nuevo espacio donde la figura no es la protagonista, donde se crean relaciones omnímodas en reemplazo de las habituales, asociaciones basadas en relaciones de color construidas por el uso de transparencias, la facultad de los colores para modificarse por la proximidad con otros colores e infinitos recursos que enriquecen su propuesta y trasmiten la esencia de la obra de un artista, que se mantiene atraído desde la figuración hasta la abstracción por la fuerza impetuosa de la naturaleza.
La infancia de Melchor transcurrió entre lienzos y pinturas. Un mundo lleno de grandes matices de colores, luces y formas. Fue una época donde el paisaje, la lluvia, los pájaros y los morichales tuvieron una importancia vital. Todo ese contexto se consolido a través de su serie “Proyecto Chimire”, que refleja un entorno rico de sensaciones visuales, caracterizados por llanuras, atardeceres, terrones, matorrales e inmensos farallones que denotan todo ese esplendor de colores representado en los chimires de la Mesa de Guanipa, en el estado Anzoátegui.
En la obra de Melchor, siempre ha estado presente el aspecto telúrico, vivo recordatorio que nos deja la serie de Chimires. En esta nueva etapa “Entre Selvas y Montañas” se inspiro en el Waraira Repano (Caracas), en el cerro Terepaima (Barquisimeto), y en cualquier montaña o selva, ya que en síntesis es simplemente una excusa para contar una anécdota cromática llena de intensidad y representar un mundo de mucho dinamismo que siempre caracteriza la obra de Melchor.